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Jero, no tiene o±ro medio de voiver ai país que el apoyo de las armas extranjeras. Yo lo de–

claro; esa es la esperanza que flota en el am– bienle liberal; esa es la verdad. Sin armas ex–

tranjeras, nada les es posible hacer para vol–

ver al interior; es COIT\.O, hablando en lengua–

je de abogado, cuando se pierde la últin,a ins–

tancia y sólo queda el recurso de reposición,

que generalmente también se pierde El he–

cho de que vengarnos los Conservadores a dis–

cutir a este barco, no significa que fengarnos

el temor del fracaso, sino simplemenie el de nuestra debilidad, que es la falia de reconoci– 1"1,ienro por parte del gran poder moral de los Estados Unidos; y ialnbién, y esioy seguro que

±arrtbién ustedes por eso vienen, porque ya

estaznos cansados de la lucha"

No voy yo a cansar a mis lectores con lar– gas transcripciones de los discursos pronuncia–

dos en esas Conferencias Me lizniíaré a con– signar que ellas fracasaron por la obstinación de la Delegación liberal al mantenerse airin– cherada iras el principio de la llaneada "cons– litucionalidad" .

No obsianie el Iracaso de las Conferencias del Denver, yo podría haber seguido luchan– do, seguro del triunfo de las arznas conserva– doras, si no hubiera sido que del seno del luis– zno Partido Conservador se estaba levaniando

una ola de fuerte oposición a mi conlinuacién

en el poder, y fue esta oposición la que yo te–

lní causara una profunda división en el Par–

tido.

En znedio de iodo ésto esiaba el Encarga–

do de Negocios americano, Mr. Lawrence

Dennis, el que foznentaba visibleznente los áni–

lTIOS en contra de mi Gobierno.

Todas estas circunstancias m.e hicieron ±o–

znar la deterzninación de depositar la Presi– dencia en don Adolfo Díaz, quien zne dejó siempre con el znando del Ejército, pero los Liberales siguieron gesiionando y hacien– do creer a la Legación Aznericana que si yo zne retiraba del Ejército y salía fuera del país,

ellos cesarían en sus actividades revoluciona– rias.

El Presidente Díaz zne invitó una noche de tantas para ir a la Legación Aznericana. A esta visiia fuimos, don Adolfo, el Dr. Cuadra Pasos y yo.

Realznenie, yo no supe para qué era la invitación del Presidente Díaz sino hasta que estuviznos en la Legación y que la conversa– ción se deslizó sobre la necesidad de iranqui– lizar al país, lo que sólo se podría conseguir

con ITIi ausencia, por lo que se me ofreció

nombrarzne Minisiro Plenipotenciario anie los

Gobiernos de varias naciones europeas.

Fue iania la insistencia, -especialznenie de parte del Encargado de Negocios-, que

me ví precisado a aceptar, nO sin antes adver–

tirles que las fuerzas del Gobierno no iban a detener a las de la Revolución y que ésias en– trarían a Managua a znenoS que el Gobierno Americano enviara Marinos a detenerlos.

Todo sucedió tal cozno se los advertí, y yo

DI Manuel Pasos Alana

lo hice, no porque fuera un vidente, o cosa por

el estilo, sino porque estaba seguro de la con–

fianza que el Ejército renía en zni dirección y jefatura, las que inspiraban a los aguerridos soldados conservadores a luchar con denuedo y fe en el triunfo.

Cozno todos sabernos, con la retirada del poder de don Carlos Solórzano y la salida del doctor Sacasa del país, vino la revolución poco

después, prirneraluenfe, con el asalto de la Su–

cursal del Banco Nacional de Nicaragua en Bluefields, por Beltrán Sandoval y oiros ya

mencionados.

Aniquilado ese znovizniento de Sandoval,

vino después el movimiento revolucionario en–

cabezado por el doctor Juan Bautista Sacasa, znoviznienio que estaba apoyado decidida– znente por el Gobierno del General Plutarco Elías Calles, de México El Dr. Sacasa estable– ció la sede de su Gobierno en Puerto Cabezas

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