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mente suc",dió. A los prírneros disparos cesó el alaque y'Gabry Rivas, que estaba entre los

que nos Hraban piedras, fue a parai' hasla la

Gacris::lía de la Catedral, donde se escondió.

Después de eso ya no tuvimos ningún estropie– zo y llegamos iranquilamente a mi casa que CfL,edaba en la casa opuesta al actual Banco de Lond,res, que era la del Hotel Sevilla. Por

supucslo que algunos de nuestros amigos sa–

ljeron golpeados de fuertes pedradas recibidas por los parlidarios de don Carlos Solórzano, y

h.asJa uno de éslos que estaba subido en uno

de los árboles del parque desgraciadamente

re'3uHó rnuerlo de un balazo.

Después de 10 ocurrido en el dia de la 1'1'0–

clar-CLación de mi candidatura ví claralTIenie que el Presidente Martínez no daria elecciones

1'1::>1 es y 0l1.S0nCes pensé que era necesario bus–

car có,ao se garantizaba la libertad electoral por medio del Departamento de Estado.

En ese entonces estaba de represenlanfe

de los Eslados Unidos, como Encargado de Ne–

[f()cios, Mr. Thurs±on, a quien de–

cjdí visjtar para ver de conseguir la coopera– ció:i1. de su Gobierno en el asunto de elecciones

Jiul es

El Encargado de Negocios se manifestó eslar de acuerdo con la idea de conseguir que

observadoles electorales norteamericanos vi– nielan a presenciar las elecciones, y creo que

reahnente trabajó en ese sentido, pero proba– bJ emenle no estaba de acuerdo con él el De– pariamenJo de Estado, pues que no llegó nin– gún observador. Recuerdo que cuando yo lle– gaba a visitar a Mr. Thurston, éste siempre me dejaba lleno de esperanzas de la inminente llegada de los observadores electorales, a pe– sar de la negaHva de don Bartola para acep– tarlos. Sin embargo, como los observadores no llegaban yo, de vez en cuando, preguntaba a Mr. Thurston sobre el particular y me res– pondia: "En Tejas hay un refrán que dice: Cuando la rana brinca nadie sabe que tan lar– go va a brincar" Después de oirle esa expre–

slón, con la que quería darme a enfender que

pi'onto vendda algo aplastante con lo que con– lener Jos abusos pre-electorales que ya se esla– ban cOHleHendo, Hle quedaba muy contento y esperanzado Pero la realidad fue que ningún observador negó, que las elecciones se efec–

iuaron, rnuriendo en ellas Jos comicios libres,

Jo lnismo que partidarios mios en los distintos lumuHos que hubo traiando de impedir que mis amigos voiaran: hubo uno que hasta se suicidó al impedirsele ejercer su derecho.

A pesar de iodo, el resuHado de la elec– c:i6n xne fue favOlable, pero al hacerse la tras– misión telegráfica del núxnero de votantes de cada Cantón las cifras iban siendo aHeradas. Mas no sólo esto me hizo perder la elec– ción ya ganada, sino también el hecho de que don Carlos Solórzano se encontró a un tal Mr. Morgan, ciudadano norteamericano, al que se le dió el encargo de hacer el escrutinio de los votos, y cuyo mal proceder se hizo evidente desde el primer momento al punto que el doc-

D1 Ramón Castillo e

tor Ramón Castillo C. se retiró del Consejo Na– cional de Elecciones en el que estaba como Representante del Partido Conservador. Supe después que ese Mr. Morgan recibió de parte de don Carlos Solórzano la suma de VEINTE MIL DOLARES para que hiciera el escrutinio con el resuHado favorable de todos conocido.

Debido a la convicción que tema de haber ganado las elecciones, fue que comisioné a mi inolvidable amigo el Dr. Máximo H. Zepeda para que gestionara ante el Departamento de Estado el no-reconocimiento del Sr. Solórzano. El Dr. Zepeda llegó a tener lnuchas esperanzas de éxito con el Secretario de Estado, pero quien sabe qué circunstancia de úHixna hora lo hizo cambiar de parecer y el Depariamento dió su reconocimiento a don Carlos Solórzano quien tomó posesión de la Presidencia en la fecha señalada por la Constitución.

Olvidaba decir que al siguiente día de las elecciones, dia en que perdi a 33 de mis ami– gos en los sangrientos comicios, me llamó por teléfono el Encargado de Negocios de los Es– tados Unidos para invitarme a ir a visitar al Presidente Martinez. Esa invitación la acepté con gusto y a eso de las 9 de la mañana sali– mos para la Casa Presidencial donde el Presi· dente xnismo nos hizo pasar al salón donde nos había estado esperando. Tan pronto como nos hubimos sentado, el Presidente Martinez

-1,44,-

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