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darme la expansión de espíritu que necesitaba para consuelo de mi esposa y mío, he gozado, sin embargo, de la satisfacción de ver que mis adversarios políticos jamás han podlao encon~

irar cómo aiacarme por ese lado en que con tania frecuencia se censura a los políticos, y

mi sa±isfacción ha sido mayor cuando, antes por el conirario, he oido juicios laudaÍorios respecÍo al modo modesÍo de vivir de mi espo– sa y mío y sobreiodo cuando se conoce que el pago del casio de alimentación y servidumbre durante mi permanencia en Casa Presidencial era hecho, íniegramente, de mi sueldo.

Durante mi administración ocurrió el gol– pe de esiado de los Tinaco en Cosia Rica, lo que dió lugar a una emigración escogida ha– cia Nicaragua. En ella llegaron, entre otros, don Julio y don Raúl Acosia, don Alfredo Vo– lio, el Dr. Antonio Giusfiniani, todos gente muy simpática que representaban la parte más sa~

na de la sociedad costarricense, que llegaba a nuesira patria en busca de apoyo para derro– car a los Tinaco que por un golpe de Inano se habían apoderado del Inando.

Mi Gobierno tenía alguna siInpafia por los Tinoco, o Inejor dicho, no tenía Inotivo al– guno para adversarlos que no fuera el modo con que alcanzaron el poder. Por eso no puse objeción alguna en recibir a dón Manuel Ara– gón, que como Agente Confidencial de don Federico IPelicol Tinoco había llegado a Ma– nagua y me presentó BUS carias credenciales; pero por la información que mi Gobierno obte– nía de fuentes privadas llegué al convenci– miento de que los Tinaco no gozaban de buen pres±igio ante la opinión pública y se le ayu– dara o no a la emigraci6n cosÍarricense ellos sieInpre caerían.

Por eso conmencé a gestionar por medio de su Agente Confidencial para ver de conse– guir que Pelico Tinaco desistiera de ser el can– didaio a la Presidencia de Cosia Rica, y que más bien apoyara a aira persona amiga y que después del período presidencial de esa perso– na lanzara él su candidatura. Pero mis ges±io~ n~s no dieron ningún resultado y no fue sino hasta entonces que me decidí a dar el apoyo decidido de Ini Gobierno a la emigración fíca, como efectivamente se lo dí a don Julio Acos– fa. Por ese tiempo don Alfredo Valía, hombre de grandes mérifos y prestancia de entre los emigrados, había fallecido a causa de haber contraído el virus de la fiebre amarilla a su paso por el puerto de Amapala, Honduras. Tanto para mi personalInen±e, como para la sociedad de Granada, donde don Alfredo fue muy apreciado, su InuerÍe fue InUY sentida.

Caídos los Tinaco e inaugurado el nuevo Gobierno de don Julio Acosta en la vecina Re~

pública de Costa Rica no tuve ya por esa fron– tera preocupaci6n alguna durante el resto de mi período presidencial.

A la verdad, que COInO yo no tenía adver– sarios políticos exilados por mi causa fuera del país, no ienia nada que Íemer por lag activi– dades de emigraciones hostiles. Las personas

que habían salido del país 10 hacían por cau– sas puramente personales, y a muchas de ellas mi Gobierno les ayudaba con el pasaje. Mu– chos querían ir a ganEirse la vida a los Estados Unidos principalmente, y mi interés era de que j6venes nicaragüensi'ls fueran a los Estados Unidos con el objeto de que aprendieran inglés

y de que aumentaran sus,conocimienÍos en los raInOS de las industrias en que trabajaran para que a su regreso a Nicaragua fuesen obreros especializados y de mejor calidad. Yo deseaba que los adelantos y la técnica norteamericana se generalizaran en el país, a eso se debi6 que la Escuela de AgricuHura fuera dirigida por profesores norieamericanos y que profesoras de la misma nacionalidad se hicieran cargo de la Escuela Normal de Señori±as.

Mi Gobierno le di6 gran aÍenci6n a la educaci6n pública en todos sus aspecios Inora– les y materiales. Esiando para abrirse el curso académico de 1917 a 1918 y teniendo mi Go– bierno el prop6sifo de dar a la enseñanza na– cional el Inayor y más práctico desarrollo que estuviera en armonía con las crecientes necesi– dades de la naci6n y el incremento de los re– cursos que al ramo de Ins±rucci6n Pública se dedicarían, creí conveniente oír la opinión de los profesores más versados y experimentados del país y como la mejor forma para conocer esa opini6n era la de convocar un Congreso de Profesores para en cuyas sesiones se pudieran discutir las proposiciones del Poder Ejecutivo, el dos de Marzo de 1917 se di6 un Decreto para ese efecto.

Puesto que el teIna de la educaci6n públi– ca es un tema de -permanenÍe interés y para que se vea y se sepa el empeño que mi Go– bierno tuvo en darle su mayor atenci6n inclui– ré aquí algunas de las Íesis presentadas al

Congreso de Profesores:

a) Qué organizaci6n debe darse a las escuelas rurales? Dónde conviene establecerlas y en qué núInero? Qué elementos son indis– pensables para la experimentación agrícola?

bl De qué manera puede introducirse la práctica agrícola en las escuelas urbanas? Cuál es la forma de enseñanza agrícola prefe– rible en las escuelas urbanas?

e) Qué recursos ¡hay que emplear para hacer la prhnera enseñanza eminentemente prácfica'?

dI Qué medidas pueden adoptarse para elevar la dignidad Inoral del maestro a la al– tura que exigen la delicada misi6n que ejerce y su influjo en el bienestar social?

e) A qué medios puede acudirse para obtener la cooperaci6n del hogar en la obra del maesfro? De qué manera es posible evifar el antagonismo que existe entre la faInilia y la escuela'?

fI . Hasta qué punto puede concederse la libertad de enseñanza a los' establecimientos particulares? Conviene otorgar a los ceniros de enseñanza privada la facultad de extender diplomas o títulos que hayan de producir efec– tos legales fuera del país?

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