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« Previous Page Table of Contents Next Page »DE pronto el alma siente Su presencia en uno forma en que no puede equivocarse y con
temblor y espanto exclama: 11¡Tú debes ser el que hizo el cielo y la tierra!11 Y quiere esconder– se, y desaparecer de esa presencia y no puede, porque está como entre la espada y la pared, es– tá entre El y El, Y nO tiene dónde escapar, porque esa presencia invade cielos y tierra y la inva– de también a ella totalmente, y ella estó en Sus brazos. Y el alma que ha perseguido la dicha toda su vida sin saciarse nunca y buscado todos los instantes la belleza y el placer y la felici– dad y el gozo, queriendo siempre gozar más y más y mós, ahora en agonía, ahogada en un océa– no de deleite insoportable, sin orilfas y sin fondo, exclama: 11 ¡Basta! ¡Basta ya! ¡No me hagas
gozar más, si me amos, que me muero!" Penetrada de una dulzura tan intensa que se vuelve dolor, un dolor indecible, como algo
l1
agri-duloe" pero que fUera infinitamente amargo e infi– nitamente dulce. Todo es tal vez en un segundo, y tal vez no se volverá a repetir en todo su
vida, pero cuando ese segundo ha pasado el alma encuentra que toda la belleza y las olegrías
y gozos de la tierra han quedado desvanecidos (son
I1 como estiércol l1
, como han dicho los san–
tos) y que ya no podrá gozar jamás en nada que no sea Eso y ve que su vida será desde enton– ces una vida de tortura y de martirio porque ha enloquecido, está loca de amor y de nostalgia de lo que ha probado, y va a sufrir todos los sufrimientos y todas las torturas con tal de probar una segunda vez, un segundo más, una gota más, e3a presencia. Amistades, vino, mujeres, viajes,
fiestas, todo se ha desvanecido para siempre y el alma ya no cOn9Cef(~ jamás Qtro dicha más que la dicha que ha probado.
TODO hombre posee uno alcoba interior. En el interior de cada ser humano hay un
Nilamo nupcial, al cual sólo tiene acceso el esposo. Todos tenemos dentro de nosotros una inti– midód oscura, un cuarto cerrado, un lugar que ha sido creado para el amor, un paraíso interior, pero la mayoría de los hombres no lo sabe.
y por eso la mayoría de los hombres tienen el interior vacío, sin amor. Porque el amor humano, ni aún el más intenso, no /lega nunca a violar eSe interior. Es la alcoba del vino. Es el lugar del que habla la esposa del Cantar de los CantO/es: "Me introdujo en la cámara del vino".
El esposo afuera está golpeando, como lo dice en el Apocalipsis: "Mira que estoy a la puerta y
llomo, si alguno escucho mi voz y abre la puerta, yo entraré a él y cenaré con él y él conmigo".
Todo hombre escucha en el fondo de su ser ese llamado. Es la voz quejumbrosa que
Nietzche decía oir en su corazón y que le producía dolor y miedo. Es la voz del Cantar de los Cantares: "Abreme, hermana mía, esposa mía, palorrlO mío, inmaculado mía. Que está mi ca–
beza cubierta de rocío y mis cabellos de la escarcha de lo noche". Pero la amada desde su le– cho responde: "Ya me he quitado la túnica. ¿Cómo volver a vestirme? Ya me he lovado los pies. ¿Cómo volver o ensuciárme/os"?
y la mayoría de los hombres /levan en lo más profundo de su sel un tálamo vacío, con
lIna voz dolorosa que se escucha a veces en el silencio de la noche, y unos golpes en la puer–
to. Por eso el interior de la mayoría de los hombres es triste. Puede haber risas y fiestas afue– ra, y uno acude afuera de sí a responder el llamado que está escuchando dentro.
Tienes dentro de tí las caricias, lo presencia y el amor, y tú estás solo. Si te vuelves ha– cia adentro lo hallórás, pero no lo haces, porque antes tendrías que pasar por la agonía de re– nLJnciar a todas las cosas y aun a tí mismo, porque el amado está /laman do más adentro de
tí mismo, o mejor dicho, en tu más profundo tú, tan profundo que tú crees que está mó~ a/ló
de tí mismo. Está más adentro de tí que tu conciencia y que tus sueños.
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