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cito, descendió en avion€~ militares en el Aeropuerto de Ciudad Quezada, desató una balacera sobre la población, siguió a marchas forzadas para mi hacienda en la misma zona, desató otra balacera sobre la casa de la hacienda, mató al joven costarricense Elías Vargas, dió fuego a va– rias construcciones, desmanteló el comisariato. Hizo la denuncia de esta agresión el Embajador de los Estados Unidos en Costa Rica Sr. Nathaniel P. Davis quien advirtió al Departamento de Estado que de no ser detenida la invasión se produciría una guerra entre nuestro país y Nicara– gua. El Gobierno de los Estados Unidos dió órdenes a su señor padre para que retirara su ejér– cito del territorio costarricense, y lo hiciera regresar a sus cuarteles.

En el mismo año de 1948, en diciembre, una nueva invasión al territorio, que contó con el concurso de la Guardia Nacional y ~on el apoyo en armas y dinero del gobierno de Nicaragua, nos produjo un gran derramamiento de sangre, con crueldades tan terribles como el sacrificio de

un sacerdote, un médico, un ingeniero y de abnegados servidores de la Cruz Roja.

En el año de 1955, se produjo otra invasión organizada directamente por su señor pa– dre, quien estableció para el objeto un campo de entrenamiento a cargo de la Guardia Nacional. Para rio hacer acerca de esa aventura un testimonio insospechable para Ud., me limito a referir– le que aproximadamente un año después, durante un viaje qúe hicimos algunos costarricenses por tierra hasta Guatemala, al pasar por la Ciudad de Rivas fuimos invitados a un baile. Allá nos presentaron al jefe militar de la plaza, Mayor José Rodríguez Somoza, primo hermano de Ud., quien espontáneamente nos relató el origen del sangriento episodio. Nos enteró de que ha– biendo recibido órdenes del Presidente Somoza para alistar la fuerza expedicionaria y situarla en

la frontera de Costa Rica con instrucciones precisas, esa fuerza fué puesta al mando de un jo– ven costarricense por exigencia cJ.e su hermano el señorito Anastasia, en razón de que éste quería poner en la presidencia de Costa Rica a un amigo suyo que había sido compañero de estudios en

la Academia de West Point. Al dar la orden de partida en Peñas Blancas el Mayor Rodríguez Somoza, después de haber entregado armas, pertrechos y vehículos, instalaciones de radio, pla~

nos y cuanto era menester, notificó al jefe de la expedición que en el término de 16 horas debería estar con su gente en la ciudad de Liberia, tomar el cuartel, que no había sido reforzado y se– guir para el interior del país. Habiendo transcurrido 72 horas sin noticias, dijo el señor RodrÍ– guez Somoza que envió dos mensajeros, uno por La Cruz y otro por Peñas Blancas, a inquirir qué había ocurrido. Regresaron y le dijeron que el jefe de la invasión se hallaba a no muchos kiló– metros de distancia, atendiendo a la reparación de una tanqueta. Transmitida al Presidente Somoza la noticia, instruyó a su sobrino el Mayor Rodríguez Sornoza para que enviara orden al joven jefe de la expedición a que regresara sin la tropa y se trasladara a Managua, donde le dió una severa reprimenda y le ordenó salir del territorio nicaragüense, sustituyéndolo con el Dr. Cal– derón GLlardia, a quien llamó a México para ponerlo al frente de la fuerza invasora. De esta suerte, por la voluntari~sa determinación de su hermano de hacer Presidente de Costa Rica a un

amigo suyo, volvió a ser hollado el suelo costarricense y volvió a- derramarse copiosamente la sangre de los costarricenses.

En el año de 1959, el 13 de noviembre, sin que hubiera acción armada ni otra razón de– terminante, por el imperio de su voluntad y casi por hábito, la Guardia Nacional penetró en el territorio costarricense muy adentro, hasta la finca "San Pablo", de don Joaquín Leal, desató una balacera sobre éste y su familia, hirió a una niña, quemó la casa y se llevó prisioneros al señor Leal y a su hijo Carlos Alberto..

La Asamblea Nacional de Costa Rica tomó en sus manos el asunto de la reivindicación, censuró al Poder Ejecutivo y presionó sobre éste hasta inducirlo a exigir reparaciones. El Go–

bierno de Ud. prometió pagar los daños causados por la Guardia Nacional; y hoy.. al cabo de más de un año, no sólo no ha cubierto las indemnizaciones sino que ha apelado a reprobables medios para no pagarlas. Se dió a la tarea de las dilatorias, llegando hasta no contestar ni siquie–

ra acusar recibo de las notas del Ministerio de Relaciones Exteriores de nuestro país. Acordado, por fin, difícilmente, el avalúo por dos pedtos, uno del Banco Nacional de Costa Rica y otro del Banco NaCional de Nicaragua, su Gobierno tardó más de dos meses en dar el nombre del perito. Nombrado éste, resultó que ya no era del Banco Nacional, sino un empleado del Ministerio de Relaciones Exteriores que nada conocía de la materia.

La sangrienta ofensa inferida por el Gobierno de Ud. a Costa Rica se puso de manifies–

to en el hecho siguiente: El dictamen del perito de nuestra parte, señor Howard Grant Arias, se

dió el día 27 de setiembre ce

1960, valorando los daños en la suma de C 182.481,20 (ciento ochenta y dos mil cuatrocientos ochenta y un colones con veinte céntimos). El dictamen del pe– rito nicaragüense, señor Benjamín Castillo B., fué emitido el 24 de setiembre de 1960, valorando los mismos daños en C 10.350.00 (diez mil trescientos ciencuenta colones). La gestión hecha por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Costa Rica para que fuese hombrada un tercer perito en

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