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« Previous Page Table of Contents Next Page »ra la salida, que efectuaríamos esa misma no– che, y le dí instrucciones en el sentido de que a más tardar después de dos horas, es decir, como a la una de la mañana, deberíamos estar en marcha, pues consideraba esa hora como conveniente para poder llegar a la ciudad de Managua al aclarar el día.
El General Masís se di6 por entendido y me aseguró que todo estaría preparado; pero a medida que el tiempo pasaba y yo recogía más datos respecto al lugar en que estaba si– tuado, mi preocupación por dejar Tisma era mayor. Por eso con frecuencia mandaba a re– clamar al General Masía la demora que estaba observando en los preparativos de marcha, y en una de tantas veces me mand6 a decir que al llegar se habían soltado los bueyes en un potrero cercano, que los había mandado a bus– car, pero que no los encontraban, y además, de que el tren de guerra que se había enviado por agua de El Paso a Tisma, aun no habia llegado, pero que enviaría a encontrarlo para apresurar su arribo.
Con todo, mi intranquilidad crecía, de mo– do que cada media hora requeria al General Masís por su tardanza, lo que hizo que él vi– niera a verme y m.e dijera: "General, qué le pasa? Está nervioso. Tiene miedo?" Y yo le respondí: "No, General, no es miedo, sino que me doy cuenta de la responsabilidad que ten– go de defender las vidas de todas estas gentes que han puesto las suyas en mis manos, y Tis– ma no es un lugar apropiado Para la c;lefensa."
Creo que General Masís aprovech6 esa oporíunidad para desquifarse la llamada de atención que le hiciera en la Junla del Colora– do cuando en el bombardeo que sufríamos allí le pregunté que para qué se agachaba.
Después de esta ligera enfrevista, el Gene– ral Masís se fue a buscar c6mo salir cuanto an– tes, mas fue imposible poderlo verificar, por– que los botes que traían el iren de guerra, no sabían nada de nuestros apuros y naturalm.en– te no se dieron prisa en llegar sino hasta muy tarde. Así fue que hasta las seis de la m.añana no estuvimos listos para levantar el campo de Tisma, y ya entre las seis y las siete de la ma– ñana cuando teníamos nuestras tropas fotina– das en la plaza listas para el toque de marcha, en ese mismo instante sonaban los primeros tiros del enemigo.
Felizmente, esos tiros, en lugar de ame– drentarnos, o de asustarnoS y desorganizarnos, hicieron, por el contrario que nos moviéramos como un resode a ocupar cada cual el lugar asignado <;luranie la noche anterior y desde ese momento principi6 el fuego incesante so– bre todo por el camino de Grana<;la a Tisma y en el de Masaya a ese mismo lugar.
Esta de Tisma fue una de las batallas más reñidas de nuestras luchas en Nicaragua. En ella hubo momentos en que parecía que nues– tras fuerzas cedían ante el empuje del enemi– go, pero también habían momentos en que
obligábamos al adversario a retirarse de nues– tras proximidades porque no resistían el nutri– do fuego de mis soldados. Posiblemente, si yo hubiera podido iener una reserva de unos dos– cientos hombres la lucha no se habría prolonc gado tanto, pues en uno de nuestros empujes le hubiera echado encima unas fuerzas znenos cansadas que las que tenía y las que m.anfe– nía moviéndose de un lado para otro, desde las seis de la znañana, cubríendo los puntos débiles que el enemigo quería romper para lle– gar a Tisma.
Entre nuestros combatientes estaba un jo– ven norteamericano de Georgia de muy buena . presencia y costumbres, llamado A. G. Fowler, quien me pidi6 lo dejara coznbatir, pues él quería darse cuenta c6rno eran nuestros cozn– bates para contar luego en Georgia sus expe– riencias. A esie joven le dí el manejo de una ametralladora que ese día usó con gran acierto y con la que contuvo al enemigo en varias oca– siones. Esie joven Fowler, como a las diez de la mañana fue atravesado en la pantorrilla por la bala de un infume, sin embargo, no hizo m.ás que ligarse la herida y seguir peleando durante todo el día.
En este combate se puede decir que las dos fuerzas estábamos a campo raso
I por eso se veía con fl-ecuencia el flujo y reflujo de la lucha, es der;:ir, que se veía claran,enie que unas veces nuestras fuerzas venían luchando como en retirada, y poco a poco, estas rnismaB
fuerz~s obligaban a las otras a cederles el te– rreno, para después quedar ambas en el mismo 1ugar donde habían comenzado a luchar.
No fue sino corno hasta el znediodía que entr6 el General Lara, por el lado de Masaya, que el enemigo logró penetrar hasta muy cer– ca, de donde estaba con mi Estado Mayor, pero ni alli tampoco logró romper ]a línea, y más bien estuvo a punto de ser capturado, habién– dolo salvado de caer en nuestro poder, el indu– dable cariño que le guardaban sus soldados, pues cuando vieron que lo teníamos rodeado,
y ya le habían matado la bestia en que mon– taba, y un grupo de soldados nuestros se lanza– ba a su captura, 01ro grupo de soldados deno– dados de los suyos, se interpuso y evitó que ca– yera prisionero.
Fue aquel un rnomento de expectación en nuestro campo que llen6 de entusiasmo a nues– iras filas y que muchos de nosotros presencia– mos.
Hacia este lugar habían logrado las fuer– zas enemigas colocar en un árbol de mango a un riflero, el que, desgraciadamente, acertaba con mucha facilidad en los jefes que pasaban por aquel sitio al alcance de sus tiros. Así per– dim.os al Coronel Abelardo Gutiérrez, de JaHe– va, al Coronel Emilio Pérez Conrado, de Cuis– coma, al Coronel Gregario Lanzas, de Juigalpa, y al Coronel Félix Aguirre, ya mencionado co– mo el jefe que orden6 el fusilamiento del joven Montenegro.
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